LA CAUSA DEL PUEBLO DE TUCUMÁN EN LA BATALLA DEL 24 DE SEPTIEMBRE DE
1812. IDENTIFICACIONES LOCALES EN TORNO DE LA GUERRA
Por GABRIELA PAULA LUPIAÑEZ
Universidad nacional de
Tucumán, Facultad de filosofía y letras, departamento de historia (UNT)
Tucumán, Argentina.
PolHis, Revista Bibliográfica Del
Programa Interuniversitario De Historia Política,
Año 13, N° 25, pp. 164-188
Enero- Junio de 2020
ISSN 1853-7723
Fecha de
recepción: 13/3/2020 - Fecha de aceptación: 18/6/2020
La causa del
pueblo de Tucumán en la batalla del 24 de septiembre de 1812. Identificaciones
locales en torno de la guerra
Resumen
El artículo estudia los sentidos
atribuidos a la noción de “patria” como aglutinante de las esperanzas e
incertidumbres tucumanas en tiempo de la batalla acontecida en Tucumán en
septiembre de 1812. En una coyuntura de quiebre de la autonomía y a la luz del
desenlace favorable a las fuerzas vinculadas al
gobierno porteño, la batalla de Tucumán de septiembre de 1812 adquirió
para los contemporáneos el lugar de un hito relevante. El pueblo de Tucumán
reafirmó la relación con el gobierno (provisorio) superior pero no tuvo un
sentido unívoco vinculado a la voluntad de construir un nuevo cuerpo político
emancipado. De este modo, se revisa la interpretación historiográfica (que da
fundamento a la memoria colectiva sobre el acontecimiento) que encontraba en la
batalla del 24 de septiembre una inequívoca voluntad del pueblo tucumano a
favor de la independencia política de la corona española. Desde la perspectiva
de la historia de los “pueblos”, este artículo propone aportar a una
interpretación más compleja de las independencias.
Palabras Clave
Pueblos,
guerra, patria, independencia, quiebre de la autonomía.
The battle of September 24th, 1812 and “the
cause” of the people of Tucumán. Local identifications related to the war
Abstract
The article
examines the meanings attached to the idea of "homeland" as a binding
agent of the Tucumán people’s hopes and uncertainties during the time of the
battle of Tucumán in September 1812. At a time of an "autonomy breakdown”,
the battle of Tucumán in September 1812 represented a milestone that
strengthened the relationship with the higher (provisional) government but only
after the victory of the forces supported by the Buenos Aires goverment .
However, it did not acquire the univocal meaning associated with the will to
build a new, independent political body. We therefore reviewed the
historiographic interpretation that set the basis for the collective memory of
this war, according to which the battle of September 24th reflected the clear
will of the people in Tucumán to become independent from the Spanish crown.
From the perspective of the people’s” history, this article aims to deliver a
more complex interpretation of independence.
Keywords
People, war,
“homeland”, independence, autonomy breakdown.
La causa del
pueblo de Tucumán en la batalla del 24 de septiembre de 1812. Identificaciones
locales en torno de la guerra[1]
Tanto la historiografía tradicional como la
memoria colectiva local coincidieron en interpretar la batalla de Tucumán como
un episodio de la “guerra de independencia”. Vieron en esta victoria la
expresión clara de una vocación emancipatoria del “yugo español” por parte de
la comunidad local contra el “ejército realista” (Ávila, 2003,368-369;
González, 2010,73-83; Lizondo Borda, 1959, 71-83; López, 1970; Loza, 1941,
777-834; Mitre, 1945, 56-91; Páez de la Torre, 1987, 185-198; Pérez
Amuchástegui, 1972, CXIII-CXX; Schreier, 1936, 119-135). Historiografía y
memoria daban cuenta así de una “historia nacional”
construida especialmente a partir de testimonios particulares de hombres
públicos y tradición oral, basados en recuerdos y olvidos más o menos
conscientes que brindaban certezas a
posteriori del acontecimiento bélico.
Descartando la emergencia de una
anacrónica voluntad nacional, una renovada historiografía entendió que el
proceso iniciado en los territorios de la monarquía hispana en general, y en el
Río de la Plata en particular a partir de 1810, fue efecto contingente de la
crisis de la monarquía hispana que se había originado en la península. Los
reclamos iniciales de las elites americanas de igualdad política para formar
juntas y representación igualitaria eventualmente derivaron en independencias.
Así, éstas no fueron producto de una fatalidad sino de un conjunto de
decisiones tomadas en coyunturas variables de la soberanía.
En marzo de 1812, la constitución sancionada en
Cádiz proclamaba soberana a una “nación” con vocación de gobernar sobre
“españoles” peninsulares y americanos. Esto desafió al Triunvirato rioplatense
a definir si era simple depositario (provisorio) de la soberanía o titular de
la misma. Al igual que los anteriores y posteriores, este gobierno provisional
con sede en Buenos Aires, mantuvo relaciones inestables con los
“pueblos”–comunidades territoriales, sede de la vida política, consideradas
naturales- de su jurisdicción. Éstos eran sujetos políticos claves que debían
consentir su autoridad y, a la vez, aportar hombres y recursos para la guerra.
Así, en esta coyuntura de“quiebre de la autonomía” (Ternavasio, 2007, 104) se
produjo la batalla del 24 de septiembre de 1812. ¿Por qué “causa” lucharon los
tucumanos?
La historiografía dio acabada cuenta de diversos
aspectos del acontecimiento, pero no se ocupó prioritariamente de los sentidos
construidos en aquel contexto por el pueblo de Tucumán (Davio,
2018; Gómez, 2013; Leoni Pinto, 1978; Macías y Parolo, 2010; Abbate, Davio y
Espíndola, 2014). Con todo, los estudios otorgaron a la acción bélica un rol
decisivo en el compromiso de los tucumanos con la revolución (Tío Vallejo,
2011, 25) y el borramiento de toda referencia al rey (Garcia de Saltor, 2002).
Este trabajo se propone comprender las
identificaciones construidas por la elite del pueblo de Tucumán en torno de la
batalla del 24 de septiembre de 1812. Con ese fin se analizan dichos pero
también comportamientos de los contemporáneos en torno de la noción de
“patria”, reconociéndole a ésta una función aglutinante aunque con sentidos
móviles e inestables en un contexto de indefiniciones políticas. Se trata de
informar sobre las incertidumbres y expectativas de los contemporáneos, previas
y posteriores a la definición de la batalla, visibilizando el rol de los
“pueblos” como agentes claves de la política y de la guerra.
1. La causa del pueblo de
San Miguel Tucumán antes del 24 de septiembre
Además de solicitar su reconocimiento por parte
de los pueblos del interior al momento de la conformación del gobierno
provisional en 1810, la Junta Provisional de Gobierno organizó y envió
ejércitos que marcharon desde Buenos Aires hacia Montevideo, Paraguay y el Alto
Perú. La consecución de la adhesión de los pueblos en el manejo de los asuntos
rioplatenses se promovía así a través de negociación pero también de las armas.
Pronto el Ejército Auxiliar del Perú se convirtió en la principal fuerza con
que contaron los gobiernos rioplatenses durante gran parte de la década
revolucionaria (Morea, 2013).
Hacia 1812, el frente norte había
sido prácticamente abandonado por un Triunvirato ocupado en la conquista de
Montevideo, sede de autoridades leales a las peninsulares, tradicional
competidora de Buenos Aires y una amenaza geográficamente mucho más próxima a
las autoridades provisionales porteñas que el territorio del Alto Perú. La
derrota del Ejército Auxiliar del Perú en Huaqui (junio de 1811) había
permitido a un bien pertrechado ejército enviado por el virrey del Perú avanzar
hacia el sur. Así, el plan de Abascal de tender un puente militar entre las
tierras altas y la pampa parecía no encontrar obstáculos de importancia,
contando además con el apoyo fluvial de la flota montevideana desde las costas
santafesinas.
En este contexto, Manuel Belgrano fue
nombrado General “en propiedad” “a nombre del señor (sic) don Fernando VII”,[2] en
marzo de 1812. Belgrano se hacía cargo de los restos de un ejército auxiliar
que retrocedía desmoralizado, desorganizado y mal aprovisionado. A fines de
agosto, se retiraba de Jujuy en dirección al sur seguido de la población jujeña
que huía temerosa ante la noticia de la sangrienta represión ocurrida en
Cochabamba a manos del ejército del Perú. Iniciaba así el primero de varios
éxodos (Conti, 2012, 47).
En tanto, en el interior del pueblo de
Tucumán no existía una clara y unánime posición frente a la inminente presencia
del ejército de Lima. Llama la atención el silencio capitular -no hay actas
entre mediados de agosto y fines de septiembre- que resultaría un indicador de
las incertidumbres y ambivalencias locales. Tradicionalmente el cabildo
tucumano había respondido favorablemente a las demandas de los diversos
gobiernos superiores con sede en Buenos Aires. Por otra parte, hubo quienes
vieron con cierta esperanza el avance del ejército de Goyeneche al mando de su
primo Pío Tristán, ambos naturales de Arequipa. En este sentido se expresaba
Diego León de Villafañe, ex jesuita y miembro de una influyente familia local,
en carta a Ambrosio F unes, hermano del deán,
Presto
tendremos acá a los valientes Díaz Vélez y al General en Jefe con toda su
gente. No pueden resistir a la fuerza del Perú. Y los pueblos ¿qué sienten? Es
general, según oigo, el descontento. Goyeneche será recibido como Ángel de la
Paz… Si el verdadero Patriota Goyeneche no detiene la intriga Argentina, los
pueblos van a sufrir mil crueldades. No se escandalice Ud. de esta mi
proposición: porque yo no tengo por amante verdadero de esta nuestra América,
sino a quien ama, y protege la religión católica y éste me parece es el sistema
de Goyeneche.[3]
Villafañe mostraba respeto por los líderes
del Ejército Auxiliar, pero al mismo tiempo desconfiaba de su capacidad para
detener a un ejército que percibía como irrefrenable.[4] Presentaba la guerra
como la pugna entre dos centros de poder americanos por imponer su hegemonía:
uno representado por Lima, leal a las Cortes y a la Regencia así como a las
autoridades peninsulares derivadas de la Constitución de Cádiz; el otro
identificado con los gobiernos provisionales con sede en Buenos Aires, rechazado
por las diversas autoridades peninsulares a partir de 1810 convirtiéndose, por
lo tanto, en “insurgente”. En medio, los
“pueblos”padecían el conflicto que alteraba el orden que había estructurado sus
vidas. El accionar del ejército revolucionario en la búsqueda de recursos para
sustentarse así como la solicitud de contribuciones por parte del gobierno
superior generaba descontento generalizado antes que adhesiones populares
(Roca, 2007, 20; Conti, 2012, 39), como observaba no solo Villafañe sino
también el propio Belgrano respecto de Jujuy.[5]
Muy especialmente molestaba al ex jesuita
lo que entendía era el cuestionamiento de un rasgo constitutivo de la comunidad
que consideraba natural: la religión católica. Goyeneche era visto como “Ángel
de la Paz” y “Verdadero Patriota” frente a la “intriga Argentina” siendo
“Argentina” el nombre con que se identificaba a Buenos Aires. El ex jesuita
asociaba “pueblo” y “amor a la patria” con “catolicismo”. Probablemente motivos
similares justificaban a los religiosos denunciados por las autoridades
superiores tanto en Salta[6] como en Tucumán (aunque,
como se verá más adelante, hubo curas locales que adhirieron a la revolución).
En Tucumán, las opiniones de Miguel Laguna, vicario del curato de Trancas, y
Domingo Salas, comendador del convento de la Merced, tomaron dimensión
“pública” y fueron denunciados por las autoridades superiores -Belgrano y el
gobernador- por escasa simpatía con la causa patriota y falta de colaboración
con el ejército. En tanto, la comunidad local salió en defensa de los mismos
dando testimonio de su inocencia.[7] En la contienda de
propaganda y opinión que acompañó al enfrentamiento con las armas, Villafañe y
los otros religiosos mostraban la permeabilidad de la comunidad local al
discurso de Goyeneche formulado en términos de “guerra religiosa” contra la
retórica incaísta de Castelli (Ortemberg, 2011, 35).
A mediados de 1812, las denuncias de
Cayetano Aráoz al gobierno revolucionario abonaban la percepción de ausencia de
identificaciones claramente definidas entre los tucumanos así como de malestar
general. Aráoz ponía en evidencia que tanto en el interior de la institución
capitular como fuera de sus paredes, no encontraba la abnegación y virtud
republicanas que según su parecer exigían las circunstancias:
a pesar
de ser [Tucumán] el Pueblo más patriota éste, no hay uno para contar con él,
así lo grito en el cabildo, en la Plaza y en las Calles, éste es el espíritu
que reina en vasallo fiel de V.E. que lleno de amor y alegría siempre vivo
rogando al cielo por la prosperidad de la Causa.[8]
La acusación hallaba fundamento en el
retaceo local a seguir aportando materialmente a la lucha. La respuesta fue el
airado rechazo de los que se sintieron acusados: el teniente gobernador
Francisco Ugarte, unos veinticuatro “vecinos patricios” a los que se le sumaron
también alrededor de veintinueve españoles europeos “como parte de este cuerpo
social a quien se vulnera en común”,[9]
así como los capitulares (Saltor, 2003, 98).
En el contexto de proximidad de la guerra
y el frustrado intento de sedición de Martín de Álzaga en Buenos Aires, Aráoz
se vio obligado a aclarar que se refería solo a los europeos. Precisamente
fueron estos comerciantes, los más poderosos de la plaza, quienes durante la
década de 1810 soportaron la mayor carga de contribuciones monetarias para
sostener la guerra. La expedición de Ortiz de Ocampo durante la segunda mitad
de 1810, requirió de dinero, caballos, útiles, “efectos” y hombres. En junio de
1812, los hombres que ejercían el mando delegado por el gobierno superior, los
tucumanos Domingo García (gobernador intendente) y Francisco Ugarte (teniente
de gobernador) se ocupaban de la recaudación de una contribución patriótica y
otra extraordinaria en “toda la ciudad y jurisdicción” (Páez de la Torre, 1987,
181; Bolsi, 2010, 39-72; Bolsi, 2010, 151-181, Leoni Pinto, 2007, 263). De
hecho, Ugarte embargó las mercancías y encarceló a dos de los más pudientes
comerciantes europeos. Tres europeos eran desterrados a Córdoba poco tiempo
antes de la batalla, todos emparentados con Villafañe.[10] Por su parte, el ex
jesuita se quejaba amarga y repetidamente respecto de los esfuerzos locales en
la guerra que “nos dejan sin dinero. Por orden de este gobierno echan mano de
cuanto encuentran… los pueblos [se hallan] en mayores cadenas que las
antiguas”.[11] La
queja se sostuvo con posterioridad a la batalla pues “la patria (así la llaman)
ha carneado de su hacienda, como si fueran bienes mostrencos, llevándole los
caballos y boyada, sin pedir licencia a ninguno, como hace un dueño de su
casa”.[12]
2. La causa del pueblo
de Tucumán después de la victoria
En el camino de retirada del ejército,
Belgrano entendió que Tucumán se perfilaba como un sitio natural donde hacer un
alto para el descanso y la reorganización.[13] Tras el combate a orillas
del río Las Piedras (próximo a la localidad de Metán) del 3 de septiembre de
1812, lamentaba continuar la retirada cuando el ánimo de la tropa se había
encendido.[14] Desde La Encrucijada,
Belgrano se desvió del camino real (o de las postas) y tomó hacia el sudeste
por el camino de las carretas (o de las cañas), lo que le permitiría continuar
hasta Santiago sin pasar por la ciudad de Tucumán. Simultáneamente, Belgrano
ordenó al gobernador que enviara a Córdoba la fábrica de fusiles que funcionaba
en Tucumán. También comisionó a Juan Ramón Balcarce, quien había sido ayudante
de milicias en esa plaza en 1804, a solicitar armas.[15]
La presencia de Balcarce en la ciudad
provocó una reunión de algunos vecinos en casa de Bernabé Aráoz así como el
envío de una comisión a negociar con Belgrano.[16] En Burruyacu, Belgrano
recibió miembros de la familia Aráoz quienes le habrían hecho cambiar de
opinión y torcer la marcha hacia la ciudad de Tucumán. El 12 de septiembre
Belgrano daba cuenta al Triunvirato de la decisión de -al menos parte- de la comunidad tucumana de
resistir al ejército de Lima:
La gente
de esta jurisdicción se ha explicado que se sacrificará con nosotros si se
trata de defensa, y de no, no nos seguirán, y lo abandonarán todo, pienso
aprovecharme de su espíritu público y energía para contener al enemigo, si me
es dable o para ganar tiempo para que se salve cuanto pertenece al Estado;
cualquiera de ambos objetos que consiga es un triunfo.[17]
Los días previos a la batalla fueron de
mucho trajín y aprestamiento. El 24 de septiembre de 1812 alrededor del
mediodía hubo un breve enfrentamiento directo en que el ejército de Pío Tristán
fue tomado por sorpresa en el Campo de las Carreras. El ejército enemigo se
reagrupó en la tarde para un infructuoso contraataque. Luego de algunas
escaramuzas y en la oscuridad, se retiró rumbo a Salta sin reconocer su
derrota.
Con el sorpresivo desenlace favorable al
Ejército Auxiliar del Perú y al pueblo tucumano, el cabildo local envió un
oficio al gobierno del Río de la Plata donde justificaba su accionar y
resaltaba la lealtad tucumana al gobierno provisional a cuya mando se
subordinaba,
se ha
logrado el restablecimiento de la patria con la victoria cumplida… el Tucumán
con sus fidelísimos vecinos, que indistintamente salieron al campo, [fue] el
terror de la ignominiosa esclavitud… para que así… se digne continuar la
metamorfosis de la restauración, contando la protección este pueblo ilustre de
la clemencia de vuestra excelencia.[18]
El oficio enfatizaba la participación
decisiva de los “vecinos” de Tucumán en la batalla. La categoría de “vecinos”
era usada en sentido laxo para dar cuenta de la movilización de los habitantes
de la ciudad, junto con unos 600 “mozos decentes” y “paisanaje”, es decir,
gente del campo. La mayoría de estos hombres carecían de disciplina militar y
habían sido armados y adiestrados en pocos días por Balcarce.[19] Fue precisamente la
batalla del 24 de septiembre de 1812 la que inició la movilizaciónde los
sectores populares en Tucumán (Davio, 2018, 83). También integraron las tropas
los “Decididos de Salta” y tropas de Santiago y Tarija (Mata, 2004).
El documento resaltaba haber logrado el
“restablecimiento de la patria”, acto de afirmación necesario para dar
continuidad a “la metamorfosis de la restauración”. En
los diccionarios de la época, “metamorfosis” refería a la “transformación de
una cosa en otra”. Originariamente vinculada al mundo de la naturaleza para dar cuenta de la “mudanza de
un estado a otro”, la noción pudo ser aplicada luego al mundo social. Pero
también aparecía asociada a la noción de “perfeccionamiento”.[20] Ahora bien, ese movimiento asociado al cambio
hacia una situación mejor resultaba ambivalente: ¿aludía a “restaurar” una
libertad perdida por la esclavitud o remitía a un estado de cosas no vivido con
anterioridad? “Perfección” ¿podía asociarse a emancipación o independencia? La
ambigua alusión a la “metamorfosis de la restauración” podía remitir a la
continuidad de los propósitos mencionados en la circular del 27 de mayo de 1810
con los que la Junta Provisional de Gobierno justificó la decisión de
constituir un gobierno revolucionario: “El Pueblo de Buenos Aires,… manifestó
los deseos más decididos porque los pueblos mismos recobrasen los derechos
originarios de representar el poder, autoridad y facultades del monarca”.[21] Si
esto era así, “el restablecimiento de la patria” para elpueblo de Tucumán no
habría sido la lucha por la independencia respecto de la soberanía del rey
cautivo sino por el manejo de los asuntos locales fuera del alcance de las
autoridades peninsulares y sus seguidores en América. La patria remitía no ya
al lugar de nacimiento sino a una condición, a un estado compartido con el
distante gobierno porteño. Si esta condición se oponía a la esclavitud,
entonces podía ser asociada a la libertad, como se verá más adelante.
El escrito también ponía en evidencia el
rol cumplido por la familia Aráoz, pues los suscriptores eran Pedro Velarde,
Diego y Cayetano Aráoz; síndico procurador, alcalde de segundo voto y alférez
de la patria, respectivamente. Velarde era un poderoso comerciante cuñado de
Bernabé Aráoz, quien había encabezado la negociación con Belgrano. Diego y
Cayetano eran primos de Bernabé. A su vez, éste había sido alcalde el año
anterior. Los Aráoz eran así una familia con posiciones en instituciones
tradicionales pero también comprometidos con aquéllas de cuño revolucionario
como el Tribunal de Concordia. Por su parte, en el Ejército Auxiliar del Perú,
revistaban Eustaquio Díaz Vélez -de madre Aráoz- y Gregorio Aráoz de La Madrid.
Ciertamente la política de aquellos tiempos se basaba en vínculos personales
que atravesaban las instituciones mismas, pero en este caso el papel de esa
familia, cuyo origen se remontaba a los inicios de la ciudad, fue señalado por
la historiografía como decisiva a la hora de la definición acerca de presentar
batalla.[22]
Por último, el documento firmado por los
tres solitarios capitulares procuraba justificar una decisión tomada en una
situación de emergencia como la defensa de la ciudad. Dicha decisión fue
consensuada por vía de la excepción dado el escaso número de capitulares que
habían asumido en sus personas la autoridad de todo el cuerpo que conservaba
así su función como natural portavoz de la comunidad. El documento remarcaba
deliberadamente que no se trataba de ausencias justificadas sino del “abandono”
por parte del resto de los capitulares de su responsabilidad: “este Cabildo
ocupado por los tres suscriptores, ha tenido que emular la conducta de los
socios por el abandono en el riesgo que amenazaba al pueblo la vista del
enemigo al frente con número considerablemente superior y ejército a nuestras
tropas”.[23]
En su autobiografía Belgrano abonó la
sospecha de falta de iniciativa o decisión capitular pero también de otras
autoridades,
de la
ciudad [de San Miguel de Tucumán], la mayor parte, con vanos pretextos, o sin
ellos no tomaron las armas siendo los primeros que no asistieron los
capituladores [sic] exceptuándose solamente don Cayetano Aráoz, y habiéndose
ido, dos o tres días antes de la acción, el gobernador intendente don Domingo
García, y no [com]pareciendo en ella el teniente de gobernador Don Francisco
Ugarte.[24]
Parte de estas afirmaciones de Belgrano se
contradecían con sus propios informes así como el de otros que daban cuenta del
cumplimiento de sus órdenes por el gobernador García. Efectivamente fuera de la
ciudad, García tuvo un rol clave en la organización de la defensa y provisión
de recursos para la batalla.[25]
Paralelamente, un borrador del cabildo de
autores desconocidos datado el mismo día, era dirigido al “Excelentísimo
Gobierno de Buenos Aires”. Afirmaba que el pueblo de Tucumán había acompañado
la decisión del jefe del ejército de dar batalla en pos de la defensa de la
ciudad. Los motivos mencionados para emprender la acción bélica eran los ya
aludidos en el documento firmado por los Aráoz:
La
casualidad o tal vez la gran adhesión y patriotismo de esta ciudad ha
proporcionado que haya sido el sepulcro y terror del ejército insurgente del
Perú [….] se vio precisado nuestro gran general a hacer la defensa después de
reclutar e incorporar a todos los naturales e hijos de esta jurisdicción… Este
cabildo complacido extremadamente tiene… el honor de comunicar a V.E. como es
debido para que cerciorado del caso se sirva ordenarle cuanto sea de su
Superior agrado bajo el seguro de nuestra rendida obediencia.[26]
En este segundo documento se pronunciaba
el cabildo como cuerpo. Dejaba en claro
que la decisión de movilizar a la población y dar batalla no había sido
iniciativa del pueblo de Tucumán a través de su cabeza y representante, sino de
los jefes del ejército. A su vez, este texto era más efusivo que el primero al
dar cuenta de la amplia participación de los “naturales” e “hijos de esta
jurisdicción”. Resaltaba que la ciudad había sido “sepulcro” y “terror” de un
enemigo que tenía nombre: el “ejército insurgente del Perú” y estaba asociado
al “terror”. El mismo calificativo de “insurgente” era el que los adeptos a las
autoridades peninsulares usaron para designar a los rebeldes rioplatenses o
caraqueños.
A pesar de las diferencias respecto del
grado de iniciativa tucumano, ambos documentos coincidían en la definición del
enemigo así como en la lealtad del cabildo tucumano al “gobierno de Buenos
Aires” en una larga tradición de proximidad a los gobiernos con sede en Buenos
Aires (Saltor, 2003; TíoVallejo, 2001). Esta definición ahora clara del enemigo
era compartida también por el ex jesuita Villafañe, devenido “patriota” al
calor de las circunstancias. Villafañe aludía al “Memorable Ejército Pequeño,
sepulcro del Ejército Limeño”.[27]
La respuesta a estos documentos dirigidos
al primer triunvirato fue dada por el recientemente conformado segundo
triunvirato. Éste felicitó al cabildo tucumano por su accionar, desatendiendo
las diferencias planteadas en el seno del mismo.[28] La
victoria bélica favorecía el impulso prioritario del nuevo gobierno, erigido
luego del 8 de octubre, de convocar a un
congreso constituyente que tratara sobre la definición del sujeto soberano toda
vez que consideraba los derechos de Fernando VII desaparecidos por su largo
cautiverio (Ternavasio, 2007, 125).
En este nuevo contexto, José Agustín
Molina, clérigo convertido a la revolución, ofreció un discurso en acción de
gracias por la victoria del 24 de septiembre. Sobrino de Villafañe y hermano
del diputado por Tucumán en la Junta Grande, Manuel Felipe Molina, era además
discípulo y amigo personal de Fray Cayetano Rodríguez. Desde el púlpito y ante
la presencia de Belgrano con quien trabó relación,[29]
Molina adoctrinaba a la opinión en un tono compartido por los discursos
legitimadores de la independencia que comenzaban a sembrarse por toda América y
que aludían a una dependencia servil plurisecular con respecto a España
(Quijada, 2004, 105-114). El objetivo del discurso de Molina era legitimar y
persuadir a la opinión acerca del sentido del enfrentamiento bélico en las
afueras de Tucumán: “Feliz nuestro siglo… que ha visto… emprendida, al fin,
esta grande obra; obra que se representó casi impracticable a nuestros mayores
en la larga serie de trescientos años”. Este acontecimiento propio de la
historia secular o “civil” se validaba en sus fines por la historia sagrada,
sucedía que “… bajo los auspicios de María, la patria [era] relevada otra vez y
triunfante por la depresión del despotismo”.[30]
En clave republicana compartida con el
cabildo, Molina afirmaba que “la libertad de la patria” era el motivo que
justificaba una situación ajena a la experiencia previa como el enfrentamiento
con quienes hasta poco tiempo atrás habían estado hermanados en la común
lealtad a la monarquía. La causa de la lucha tucumana se ampliaba hasta abarcar
al “pueblo americano”. En el lenguaje republicano, la libertad de una comunidad
se expresaba en la dependencia de un gobierno legítimo instituido legalmente.
Por oposición, un gobierno basado en una voluntad particular era arbitrario,
despótico, ya que cuando dependía de una sola persona, se tornaba una tiranía
(Entin y González Ripoll, 2014, 15-18). En este caso, la denuncia de Molina
involucraba al virrey de Lima y se justificaba en la acusación de un despotismo
ejercido contra los “sagrados derechos de la América”. Más allá del discurso,
lo cierto era que el enfrentamiento armado con las autoridades que en América
reconocían a las peninsulares era, cada vez más en ese año, el único recurso
disponible para evitar el sometimiento (Ternavasio, 2007, 10). En estas
circunstancias, el “patriotismo” o “amor a la patria” se expresaba en la virtud
guerrera y aparecía vinculado al gobierno de Buenos Aires, quien dirigía la guerra.
Por eso:
era justo
que el reconocimiento de los pueblos de las provincias libres y unidas del Río
de la Plata, y más especialmente el de San Miguel de Tucumán, se juntase al de
sus beneméritos y religiosos gobernantes para tributar solemnes acciones de
gracias al pie de los altares a la libertadora de la patria.[31]
De este modo, la guerra de propaganda
formadora de opinión se dirimía también en el púlpito en sintonía con la
referida estrategia belgraniana de colocar la religión en el eje moral de la
guerra (Ortemberg, 2011, 36). Eran los pueblos, incluido el de Tucumán, junto a sus gobernantes cuya fe católica se
enfatizaba, quiénes rendían conjuntamente
homenaje a la virgen de la Merced como “libertadora de la Patria”.
También el mencionado “giro patriota” de Villafañe reflejaba la efectiva acción
de Belgrano de considerar a la virgen autora de la victoria, nombrarla
protectora de ejército e investirla con el título de “Generala” luego de la
batalla.
Pero si estos discursos en el contexto de
fines de 1812 habilitaban a discutir públicamente la cuestión de la
independencia en el espacio de la opinión porteña, el ideal de fundar un cuerpo
político independiente de la península no era una posición asumida por el
cabildo local ni parte de la discusión al interior de la comunidad local. Así
lo graficaba el propio Molina, señalando que la opinión local había sido
instruida desde Buenos Aires -en velada alusión a la Sociedad Patriótica-,
“llena de luces acerca de sus verdaderos y más santos derechos”.[32]
En esta nueva coyuntura, el segundo
Triunvirato retribuía al pueblo de Tucumán los servicios prestados a la causa
con dos diputados en la asamblea constituyente y soberana a reunirse el
siguiente año. Asimismo, le exoneraba del pago de la contribución extraordinaria
indicada con anterioridad.[33]
Sin embargo, hubo demandas que no fueron satisfechas inmediatamente de las que
se hizo eco fray Cayetano Rodríguez:
A su tiempo, será [Tucumán] distinguida y
recompensada, como se piensa, efectivamente. Se pedirá relación exacta de sus
servicios y se le concederán privilegios que resarzan los desfalcos que ha
padecido. Belgrano insiste en esto con eficacia. Aun no es tiempo de disfrutar
del bien de los sacrificios.[34]
La situación pareció encaminarse hacia una
solución satisfactoria a comienzos de 1813. El cabildo tucumano promovía la
certificación detallada de los servicios prestados por el pueblo de Tucumán al
Ejército Auxiliar del Perú ante la asamblea. Solicitaba que el gobernador
intendente y el teniente gobernador -entre otros- informaran sobre ítems tales
como el número de ganado vacuno con el que se había contribuido; caballos,
bueyes y carretas; los abonos que se habían hecho en pago; el número de gente
que se había ocupado sin salario para proveer al ejército de ganado y construir
galpones para cuarteles, pagos en madera y otros útiles, etc.[35] En
este nuevo contexto, Tucuman capitalizaba la victoria y procuraba fortalecer su
posición.[36] En
un registro diferente al del lenguaje republicano, “servicio”, “mérito” y
“privilegios” eran nociones que articulaban muy bien con la lógica tradicional
de reciprocidad con la autoridad superior.[37]
Era una vía que el “pueblo” de Tucumán ya había transitado exitosamente tras
las invasiones inglesas.
3. Consideraciones
finales.
En tiempos en que los pueblos del Río de
la Plata debían definir si adherían o no a la nación de dos hemisferios
postulada por la constitución gaditana, Tucumán se convirtió por primera y
única vez en escenario de la guerra contra el “ejército del virrey de Lima”.
Los documentos dan cuenta de las incertidumbres en que se hallaba el cabildo
tucumano con anterioridad al acontecimiento bélico y el malestar de algunos
miembros de la elite local. Mientras esta actitud era denunciada públicamente
por falta de “patriotismo” o virtud republicana, otros identificaban a la
“patria” con el reclamo de respeto de la religión católica y el rechazo a la
insaciable demanda de recursos por parte de la guerra entre dos contendientes
americanos.
A pesar de las diferencias expresadas por
los documentos, la “causa” del pueblo de Tucumán resultó definida de la mano de
la certeza del triunfo. La decisión (negociada por una parte de la elite local)
de dar batalla fue legitimada en clave republicana. Esto permitió a la elite
local justificar -apelando a nociones como “patria”, “libertad”, “esclavitud”,
“tiranía” y “despotismo”- el enfrentamiento bélico con quienes habian estado
hermanados hasta poco tiempo atrás en la condicion de súbditos de un mismo
monarca.
En este registro, el enemigo inmediato y
concreto era el ejército enviado por Abascal, virrey del Perú. Si bien éste era
un funcionario considerado vicario del rey, en el momento debía responder a las
autoridades peninsulares constitucionales. Por oposición, “Patria” era el nombre
para una comunidad de pertenencia mayor que la local, cuyo gobierno residía en
Buenos Aires pero que podía extenderse a América. Sostenía valores
tradicionales como el amor a la patria y la religión católica a la vez que
tomaba distancia de la figura del monarca. Si bien la “patria” no tenía nombre
propio en la medida en que no había una decisión clara de conformar una nación
libre e independiente, se convertía en una causa en sí misma que parecía
remitir a un orden de cosas diferente al existente poco tiempo atrás: la causa
revolucionaria (Di Meglio, 2007, 115-130).
El triunfo militar en Tucumán se convirtió
en un espaldarazo para un nuevo gobierno urgido por definiciones en torno de la
titularidad de la soberanía. Simultáneamente, permitió al pueblo de Tucumán
incrementar sus atributos de poder local: obtuvo la suspensión de la
contribución económica, fue la única ciudad subordinada con dos diputados en la
asamblea a reunirse en Buenos Aires en 1813 y reclamó para sí el título de
“Sepulcro de la Tiranía” con el que la ciudad tucumana adquiría su carta de
presentación en la sociedad guerrera regida por la gloria (Rabinovich, 2009).
Sin embargo, esta “patria” que en la prensa porteña era favorable a la
independencia política, en Tucumán no lograba ser una convicción mayoritaria.
En un contexto post batalla, el
cabildo tucumano continuó rechazando la posibilidad de constituir una soberanía
independiente a través de las instrucciones dadas a los diputados que
asistieron a la asamblea constituyente reunida en 1813. No fue sino hasta 1816
que el pueblo de Tucumán adhirió a la iniciativa sanmartiniana de declarar la
independencia de España, al calor de la necesidad de una guerra en regla con el
derecho de gentes (Ternavasio, 2016, 27-54).
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de Independencia. Buenos Aires. XV.
[1] El artículo “La
causa del pueblo de Tucumán en la batalla del 24 de septiembre de 1812. Identificaciones locales
en torno de
la guerra” de
mi autoría recupera investigaciones realizadas en
ocasión de la elaboración de mi tesis doctoral “Autonomía y soberanía
en tiempos de
crisis y revolución.
Usos de la
noción de “pueblo”
en Tucumán, 1806-1816” (inédita).
[2] Pasaporte y Nombramiento,
27 de febrero y 26 de mayo de 1812 respectivamente (pp.13-14 y 15-16). En Museo
Mitre (1914). Documentos del Archivo de
Belgrano. IV. Buenos Aires: Imprenta de Coni Hermanos (MM).
[3] Diego León de Villafañe a Ambrosio Funes, Tucumán,
12 Marzo de 1812 (p.148). Furlong, G. (Comp.)(1960). Diego
León de Villafañe y sus cartas referentes a la Argentina. En Boletín de la Academia Nacional de Historia,
XXXVIII (XXXI) (FGV).
[4] Agentes
como el virrey del Perú, José Fernando de Abascal, en una guerra de propaganda
y opinión, comunicaban en sus cartas noticias ambiguas o hasta falsas de
acuerdo con el destinatario (Davio, 2019, 285-336).
[5] Carta de Belgrano al Superior Gobierno,
Jujuy, 28 de julio de 1812 (pp.178-182). MM.
[6] Carta de Belgrano al
Superior Gobierno, Jujuy, 3, 4 y 30 de agosto de 1812 (pp. 190-192 y 212-214).
MM.
[7] Expediente sobre
proceso al padre Salas, Tucumán, (pp.437-505).Larrouy, A. (Comp.)(1910). Archivo General de Tucumán. Invasiones
Inglesas y revolución, I. 1806-1807 y 1810-1812.Buenos Aires: Imprenta y
Casa Editora Juan Alsina (LADAGT).
[8] Cayetano Aráoz
al Excelentísimo Superior Gobierno de las Provincias Unidas, Tucumán, 08 de
julio de 1812 (pp.467-468 y 491-492). LADAGT.
[9]Tucumán, ¿15 de
agosto de 1812? (pp.493-494). LADAGT.
[10] Tucumán, 10 de junio
de 1812 (pp.151-152) ySanta Bárbara (Tucumán), 22 de septiembre de 1812
(p.157). FVG.
[11] Tucumán, 10 de abril
de 1812 (pp.149-150). FVG.
[12]
Santa Bárbara (Tucumán), 9 de noviembre de 1812 (p.161). FGV.
[13] Carta de Belgrano al
Superior Gobierno, Pasaje, 30 de Agosto de 1812 (p.217). MM.
[14] Carta de Belgrano al
Superior Gobierno, La Encrucijada, 7 de septiembre de 1812 (p.217).MM.
[15] Carta
del General Alvarado a Teresa V. de Aráoz, Salta, 06 de febrero de 1869
(pp.510-511). En Carranza, A.P. (Ed.) (1947).Memorias del Gral. Gregorio Aráoz de Lamadrid. I. Buenos
Aires/Campo de Mayo: Biblioteca del Suboficial (AP).
[16] Según el general
Alvarado, protagonista de los acontecimientos en Carta del General Alvarado a
Teresa V. de Aráoz, Salta, 06 de febrero de 1869 (pp.510-511). En Carranza,
A.P. (Ed.) (1947).Memorias del Gral.
Gregorio Aráoz de Lamadrid. I. Buenos Aires/Campo de Mayo: Biblioteca del
Suboficial (AP). Según la tradición oral recogida casi ochenta años después de
la batalla, se trató de un cabildo abierto.
Marcelino de la Rosa. En Rosa, M. de la. Tradiciones históricas de la
guerra de la independencia argentina, Tucumán, octubre de 1890 (pp.489-509).
AP.
[17] Cartas de Belgrano
al Superior Gobierno, Tucumán, 12 de septiembre de 1812 (p.224). MM.
[18] Oficio del cabildo
de Tucumán al gobierno del Río de la Plata, San Miguel de Tucumán, 27 de
septiembre de 1812(p. 13119). En Senado de la Nación (1963). Biblioteca de Mayo. Colección de Obras y
Documentos para la Historia Argentina. XV. Guerra de Independencia. Buenos
Aires. (SNGI).
[19] Los detalles del
acontecimiento bélico en Paz, Gral. José María (1945). Memorias póstumas. Campañas de la independencia. Buenos Aires:
Albatros y AP.
[20] Real Academia
Española (1803). Nuevo tesoro
Lexicográfico de la Lengua Española. Disponible en www.ntlle.rae.es.
[21] Citado en Goldman
y Di Meglio, 2008, 132.
[22] Lugones, 1855, 27; Lamadrid, 1947, 25
Alberdi, s/d, 43; Carta del General Alvarado a Teresa V. de Aráoz, Salta, 06 de
febrero de 1869, AP, pp.510-511; Balcarce, J.R. (1960). Balcarce en su vida
pública (pp. 1771-1775). En Senado de la Nación. Biblioteca de Mayo. Colección de Obras y Documentos para la Historia
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[23] SNGI.
[24] Belgrano, M. (1960).
Fragmento de Memoria sobre la batalla de Tucumán (1812). Con notas del
Brigadier General Don José Maria Paz (p.998).En Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo. Colección de Obras y
documentos para la historia argentina. II. Buenos Aires (SNBA).
[25] Carta de Belgrano al
Gobierno, Tucumán, 7 de septiembre de 1812 (pp. 222-224).MM; Certificación
expedida por Juan Ramón Balcarce, Tucumán, 11 de Octubre de 1812, Archivo
General de la Nación, Sala X, 5.7.5. Citado por Páez de la Torre, C (1987);
Domingo García al Excelentísimo Superior Gobierno Provisional, Tucumán, 19 de
Septiembre de 1812,Archivo General de la Nación, Sala X-5-10-3, Citado por
Leoni Pinto “La batalla de Tucumán y el ideal revolucionario”,1978, 24 de
septiembre.
[26] Lamentablemente
la parte inferior del documento donde usualmente aparecen las firmas, está
destruida.El
cabildo de Tucumán al E.S.G. de Buenos Aires, San Miguel de Tucumán, 27 de
Septiembre de 1812 (p.513). LADAGT.
[27] Villafañe a Funes,
San Miguel de Tucumán, s.d.(p.42). En Furlong, G. (1962). Diego León de Villafañe y su“Batalla de
Tucumán” (1812). Buenos Aires: Theoria.
[28] Respuesta del gobierno al
cabildo de Tucumán, Buenos Aires, 10 de octubre de 1812 (pp.13119-13120). SNGI y Archivo Histórico de
Tucumán, Sección Administrativa, Vol. 22, fojas 321-322, 26 de Octubre de 1812.
[29] Fray Cayetano
Rodríguez a José Agustín Molina, Buenos Aires, 10 de diciembre de 1812. En Fray
Cayetano Rodríguez (2008). Correspondencia con el Doctor José Agustín Molina
(1812-1820), Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, pp. 47-49 (ANH).
[30] Ambas
citas en Molina,
J.A.(1907). Acción de Gracias por la victoria ganada en Tucumán el 24 de
septiembre de 1812, pronunciada el 27 de octubre del mismo año en la Iglesia de
La Merced (pp.27y 29). En Carranza, A. P. (Comp.) El clero argentino de 1810 a 1830, Tomo I. Oraciones patrióticas.
Buenos Aires: Museo Histórico Nacional (CA).
[31] CA, pp.27-29. Esta
denominación de “libertadores de la patria” también era utilizada por el
diputado Nicolás Laguna en el contexto de la Asamblea General Constituyente
para defender los intereses del pueblo tucumano. Oficio del diputado del
Tucumán don Nicolás Laguna a aquel cabildo, mayo 31 de 1813. En Posadas, G.A.
Autobiografía (p.1456). Senado de la Nación (1960).Biblioteca de Mayo. Colección de Obras y Documentos para la Historia
Argentina.II. Buenos Aires.
[32] CA, pp.27-29.
[33] Nota del teniente
gobernador de Tucumán al cabildo, Tucumán 11 de diciembre de 1812 (p.549).
LADAGT.
[34] Fray Cayetano
Rodríguez a José Agustín Molina, Buenos Aires, 26 de febrero de 1813 (p.59).ANH.
[35] Sesión
del 29 de marzo de 1813(pp.168-169).
En Lizondo Borda, Manuel (1946). Documentos Tucumanos. Actas Capitulares. 1810-1816 (1). Tucumán:
Instituto de Historia, Lingüística y Folklore/ Departamento de Investigaciones
Regionales/UNT.
[36] Si bien el
pueblo de Tucumán se convirtió en 1812 en escenario bélico por única vez, luego
fue sede del ejército por varios años. A partir de ahí y como en otros
espacios, la guerra pudo comenzar a generar una progresiva identificación de
diversos sectores sociales, apoyados por los líderes locales (Mata y Bragoni,
2007, 221-256).
[37] Excepcionalmente la
expresión “libertad e independencia civil” fue utilizada por agentes
institucionales tucumanos para reclamar atributos de poder local ante
autoridades reconocidas como superiores. Amén de esa referencia, y a diferencia
de otros espacios, no se registran otros usos de la voz “independencia” que,
como “patria”, también se
politizaba por estos tiempos. La historiografía sobre el tema es vasta. A
título de ejemplo ver San Francisco
(2014, 15-32) y Portillo Valdés (2013, pp. 479-500).